Entre la ofensiva del capital y el impulso de la rebelión
La delicada coyuntura actual nos coloca frente a desafíos renovados, que ponen a prueba los cauces de nuestro pensamiento y acción en el terreno político, para mejor enfrentar el orden social basado en la explotación del trabajo asalariado, la alienación de las clases populares y la completa mercantilización de todas las relaciones sociales y del conjunto del planeta.
Estamos frente a un sistema capitalista a escala mundial que avanza de un modo brutal, expande nuevas formas de explotación y precariedad, arrastra a las sociedades actuales a conformaciones cada vez más desiguales, colocando los avances científicos y tecnológicos al servicio de la ampliación de los márgenes de ganancias, y del empobrecimiento de la vida misma, en aras de unas pautas de consumo tan alienadas como destructoras de la vida en común. El capitalismo actual no se detiene ante el peligro de destruir el planeta, o de deteriorar de modo irreversible la vida de miles de millones de personas.
En el plano político, esto tiene el correlato de un avance indudable de las derechas en el mundo, si bien sobre una base de deterioro de la legitimación, de alejamiento creciente entre dirigentes y votantes. Al mismo tiempo rebrotan ideas de racismo, misoginia, homofobia, rechazo a los migrantes, celebración descarada de la riqueza y la desigualdad, con una expansión cultural y una repercusión electoral que eran impensadas hasta hace pocos años.
En esta coyuntura, en Nuestra América vivimos entre señales contradictorias, con auges reaccionarios que coexisten con movimientos de rebeldía de magnitud inusitada.
El poder imperial norteamericano reivindica cada vez más su capacidad para generar presiones y sanciones a quienes se apartan mucho o poco del camino del “libre mercado”, y pasa a desarrollar nuevas formas de golpismo cuando sus extorsiones no dan resultado. Cuba y Venezuela están bajo acoso permanente, económico, político y militar. El proceso boliviano fue “tolerado” durante un tiempo pero finalmente sufrió un golpe militar, con el que las fuerzas populares dan hoy la disputa.
Se producen manifestaciones de rebelión: Colombia, Ecuador, Haití, Chile. Destaca el caso de Chile, por la masividad y persistencia del fenómeno. El reclamo central es contra la desigualdad y enfrenta la fuerte mercantilización de todas las relaciones sociales, los servicios públicos concebidos a favor de las empresas y no de los usuarios, la salud y educación en gran parte privatizadas y parejamente caras. No ocurre en cualquier sitio, sino en la meca de las “reformas de libre mercado” en el continente. Y va acompañado por la aspiración de un cambio constitucional que termine con los vestigios del pinochetismo.
Argentina: El nuevo gobierno y las perspectivas inmediatas
El nuevo gobierno de Argentina ha hecho explícito que el “arreglo” de la cuestión de la deuda externa es su preocupación fundamental, junto con la toma de algunas medidas para reactivar la economía y mejorar siquiera un poco las condiciones de vida de los sectores a los que suele llamarse “los más postergados”.
La deuda externa es un parteaguas fundamental para las orientaciones de política y conducción económica al día de hoy. El enorme endeudamiento contraído por el gobierno anterior coloca a nuestra sociedad frente a la amenaza de tener que destinar ingentes recursos al pago de esa deuda contraída sin consentimiento popular ni aprobación del Poder Legislativo.
Hasta ahora la política del gobierno está orientada al pago de la deuda, con postergaciones y quitas, pero sin discutir su legitimidad.
La consigna hoy enarbolada por los movimientos enfrentados al yugo de la deuda externa, a los organismos internacionales y a las presiones del gran capital global es la de suspensión del pago, auditoría del total de los créditos que pesan sobre el país, y repudio a la deuda ilegítima y “odiosa”
El gobierno de Alberto Fernández recorre un sendero en el que, junto con la voluntad de pagar, se enarbola la necesidad de hacer “sacrificios”. Fluctúa entre mantener alguna autonomía frente al poder del capital y la implementación de una política de ajuste. Ésta afecta los intereses de los jubilados e intenta recortar la capacidad de los sindicatos para negociar aumentos salariales.
El posicionamiento frente al actual gobierno requiere una actitud crítica, que reclame políticas sustantivas contra la pobreza, la precariedad laboral, el desempleo que sufren franjas crecientes de nuestra población. Nuestro primer compromiso es con las condiciones de vida y de trabajo deu las clases explotadas.
Las acciones de los “progresistas” o “nacionales y populares” deben ser sopesadas por las limitaciones de sus medidas de pretensión reformista o los efectos destructivos de sus concesiones a las políticas de ajuste contra los salarios y las condiciones de vida de los diferentes sectores de trabajadoras y trabajadores. Un criterio fundamental para enjuiciarlas es también el grado de autonomía que bajo su gobierno y en sus organizaciones políticas tienen las clases subalternas. El liderazgo es personalizado y la construcción política admitida es, casi siempre, de arriba hacia abajo. Esa concepción no es ni puede ser la nuestra, nuestra bandera es democracia desde abajo, no aclamación a los “jefes”.
La capacidad de lucha de nuestro pueblo se ha expresado hace muy poco, con la rebelión contra el intento de dar carta blanca a la megaminería en Mendoza, que llevó al gobierno provincial y a la oposición que lo apoyó a dar marcha atrás. Asimismo hay luchas obreras importantes, con la masiva y duradera huelga de Chubut al frente. Eso muestra que la asunción de un gobierno peronista no implica el predominio automático de condiciones de “paz social” y conciliación de clases. Un gran tema es lograr que luchas y conflictos no queden aislados, ni limitados a reivindicaciones específicas de cada momento. La imaginación colectiva puede establecer los modos de hacer más comprensible tanto la necesidad como la factibilidad de conseguir una sociedad diferente, de obtener formas de convivencia que no se centren en el individualismo, la competencia entre iguales, el deseo de distinguirse de los demás por la mayor capacidad de consumo.
Una nueva izquierda: Necesidad y desafío
Tenemos hoy una disputa electoral e institucional que incluye una derecha pura y dura, agente sin mediaciones de los intereses de la gran empresa. Desde allí hostigarán cualquier manifestación de autonomía o rasgo “populista”.
La enfrenta una coalición heterogénea, que hace apelaciones a la búsqueda de la justicia social y a un rol activo del estado en la regulación económica y las políticas sociales. Sin embargo predominan en ella las visiones que sacan de toda discusión la posibilidad de construir un orden social sobre premisas distintas a las actuales y descalifican cualquier enfoque anticapitalista.
El esquema de alguna manera se complementa con una izquierda muy minoritaria y que no alcanza a poner el sistema de poder en tela de juicio. El decidido compromiso del FITU y otras fuerzas de la izquierda tradicional en múltiples luchas debe ser reconocido, pero lo cierto es que no apuntan a desenvolverse sobre un plano social y político más amplio.
En los márgenes que deja esta conformación de fuerzas políticas debemos afrontar el desafío de constituir una nueva izquierda sin “posibilismo” ni “espíritu de secta”. Que pueda desarrollar una crítica integral (e integradora) de la sociedad en que vivimos, como base de un proyecto de transformación radical, a partir de la comprensión de que el orden capitalista tiene en su médula la explotación y la alienación.
Necesitamos traer de nuevo a nuestro lado la idea de democracia, enfrentando el cada vez más empobrecido sistema de representación política al que se le da ese nombre. Plantear la recuperación de la idea de gobierno de asamblea, de “consejos” integrados de abajo hacia arriba. Un gobierno del pueblo que “presenta” sus reivindicaciones, no que las “re-presenta” hasta convertirlas en su contrario. La mirada democrática colocada de abajo hacia arriba, sin “jefes” ni vanguardias preconcebidas.
De las carencias de la dispersión a la riqueza del reagrupamiento
Hoy es imperioso el reagrupamiento de corrientes populares en nuestro país, ahora dispersas en decenas de organizaciones sin articulación entre sí. Hablar de reagruparse refiere a un reencuentro sin pretensión de homogeneidad, sino de suma de propuestas de pareja intención contrahegemónica y común capacidad para el cuestionamiento radical de la sociedad en que vivimos.
En Argentina estamos ante la permanente amenaza o realización de la cooptación de organizaciones populares con tradición de autonomía, o al menos rasgos de la misma. Sin embargo emergen y seguirán emergiendo contradicciones, y el desarrollo de las luchas populares puede volcar tendencias en un sentido o en el otro. Quienes logren eludir el asedio del sistema político tradicional serán protagonistas indispensables del reencuentro que propiciamos.
Los reencontrados y reagrupados pueden y deben continuar con la existencia de varias formas de organización y con la interpelación de sujetos sociales heterogéneos. Sindicatos, movimientos territoriales, organizaciones por género, etnia, nacionalidad, ambientales, partidos y agrupaciones políticas, centros culturales, todos necesitan y tienen derecho a su lugar en el movimiento transformador.
La vida militante, el desenvolvimiento cotidiano, debe prefigurar la imagen de la sociedad futura. Desde hoy prácticas solidarias. Desde hoy mismo espacios de autogestión. Organizaciones democráticas, basadas en la deliberación colectiva. Ninguna tolerancia para las dictaduras en miniatura, para los egos avasallantes, para la usurpación a cualquier título de la voluntad del resto. Hay que apuntar a que seamos la prueba viviente de la posibilidad de organizar la sociedad sobre nuevas bases.
La problemática de género, y el movimiento feminista en particular, ha dado en estos últimos años un salto cualitativo en nuestro país. El “ni una menos”, la lucha por el derecho al aborto, las huelgas de mujeres, son muestras de la fuerza inusitada que se alcanzó. Nuestras organizaciones tienen que construir su propia perspectiva feminista, desechar los hábitos de machismo que se encuentren en ellas, y alentar un enfoque de género que se articule con otras identidades y participe en todas las luchas, con una orientación que lo integre a la referencia de clase y a una perspectiva revolucionaria.
Una perspectiva anticapitalista cargada de futuro.
El eje es la impugnación global del capitalismo, sociedad de explotación, de destrucción del medio ambiente, de promoción del consumo desenfrenado en coexistencia con la miseria.
En esa dirección, la orientación constituida en los albores del presente siglo en Nuestra América, en torno a la idea, incipiente pero fecunda, del “socialismo del siglo XXI”, nos marca un sendero a seguir, un campo de experimentación para trazar un nuevo camino de utopías.
La formación de una izquierda realmente innovadora requiere no acotarla en teorías cerradas ni reducirla a saberes inmutables de cualquier tipo. Los viejos y famosos dichos de Simón Rodríguez y José Carlos Mariátegui, “inventamos o erramos” y “el socialismo no debe ser calco ni copia sino creación heroica” cobran acrecentada vigencia en este tiempo de caída de viejos modelos y caducidad de muchas certezas. Necesitamos de creatividad para sostener el imperativo de luchar contra un enemigo multiforme, que actúa al mismo tiempo en el campo mundial, regional y local, que está dispuesto a arrasar incluso el orden institucional de la democracia liberal que supuestamente defiende, y a avasallar las soberanías nacionales cada vez que sus intereses lo requieran.
Desde nuestro alejado, periférico lugar en el mundo, desde “el margen entre los márgenes” que puede desplazarse hacia el centro en una subversión radical de lo existente, estamos convocados a un desafío de lucha cotidiana y de prospectiva de mediano plazo, de realizaciones locales, incluso pequeñas, con la coexistente facilidad para levantar la vista a un plano continental e incluso mundial.
Quizás el horizonte nos depare un nuevo proyecto internacionalista y socialista, una reactualización con carga innovadora del pensamiento socialista del siglo XIX y XX. Un reacercamiento al presente y al futuro cercano de las múltiples luchas de nuestros pueblos, desde los aciagos tiempos de la conquista y colonización al no menos sombrío presente de brutal ofensiva de un capitalismo que aún rumia la satisfacción por su victoria global de los años 90. La consigna de “otro mundo es posible” que agitó en su momento a foros internacionales de variopinta y rica concurrencia puede ser rescatada, a condición de que tengamos claro de que ese “otro mundo” es incompatible con la esclavitud asalariada, con la rampante desigualdad en la posesión de la riqueza, con un pequeño conjunto de millonarios que someten al resto de la humanidad.
La lucha de clases es hoy, la recuperación y nueva proyección del pensamiento crítico es necesaria ahora, la reconstrucción del ideal socialista es un imperativo de actualidad, no sólo para proyectar un futuro de justicia vivido por una humanidad nueva, sino para preservar la existencia del planeta y de una vida humana digna de ser vivida.
La unidad en la reflexión y la acción de todos los revolucionarios es una consigna con un largo y fructífero pasado, nuestro desafío es dotarla de un futuro luminoso.
La Corriente Política de Izquierda asumió, como sello de su propio nacimiento, hace pocos años, la voluntad política de contribuir a la conformación de una identidad multiforme y enraizada a fondo en nuestro pueblo y sus diferentes intereses y necesidades. Pretendemos aportar a un nuevo estadio de la unidad popular, sin partir de vanguardismos ni pensarnos como una organización en la que otras deberían converger. La izquierda tradicional está en buena medida atrapada por esas pretensiones. Una nueva izquierda no puede permitirse ni vestigios de las mismas. Y construir una posición independiente, de perspectiva transformadora, sin sectarismo ni posibilismo. La tarea es difícil y no es susceptible de cumplirse de una vez y para siempre. Uno de los primeros pasos es expandir la conciencia de que puede haber alternativa al dominio del capital, y eso lleva a que en el terreno político puede edificarse algo radicalmente distinto a un par de partidos o coaliciones que disputen el rol de guardianes de la burguesía.
El proyecto tiene que ser de liberación social en el más amplio sentido, en lucha contra todas las formas de explotación y alienación, que remiten de modo bastante directo a los rasgos esenciales del capitalismo de nuestra época. La perspectiva debe ser mundial, en la línea del rescate del internacionalismo que impulsó el movimiento obrero de los siglos XIX y XX.
¡Por un nuevo espacio de articulación y unidad, en una perspectiva anticapitalista, antiimperialista y revolucionaria, feminista, de defensa de los bienes comunes y en lucha por una democratización radical!
Buenos Aires, 20 de febrero de 2020
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