El 19 y 20 de diciembre en su 15º aniversario


Hace quince años, el 19 y el 20 de diciembre de 2001, por primera vez en la historia argentina una rebelión popular terminó con un gobierno. El de Fernando de la Rúa era un mandato de origen constitucional, pero había perdido por completo su legitimidad. Deteriorada por la persistencia obcecada en políticas antipopulares que, originadas en los primeros años 90 no hacían más que incrementar la pobreza, la precarización y el desempleo, el origen legítimo del gobierno se terminó de esfumar cuando, frente al crecimiento acelerado de la protesta obrera y popular, respondió con el estado de sitio, y a la movilización callejera subsiguiente con gases lacrimógenos y balas de goma, en la noche del 19 de diciembre. A esa altura, el pueblo en la calle no se arredraba con facilidad, el día siguiente le pondría el pecho a la policía montada, a los bastonazos, y hasta a las balas de plomo.


En otro episodio más de la larga historia de imbecilidad homicida que caracteriza a su partido, la UCR, el presidente de la Rúa lanzó la policía a reprimir, con su gobierno virtualmente muerto. 38 asesinatos fueron el tributo que pagó el pueblo argentino, en una revuelta que condensó todos los hartazgos. Los de más largo aliento, con la deuda externa impagable que devoraba salarios y condiciones de vida, las grandes empresas que seguían amasando ganancias en medio del derrumbe generalizado, y sobre todo, contra el conjunto de una dirigencia política que, al menos desde 1989, no hacía otra cosa que desplegar su absoluto sometimiento al poder económico local, su servilismo hacia EE.UU y los organismos financieros internacionales, su disposición a dejarse sobornar a favor de los patrones y en contra de los trabajadores, con la Ley Banelco como insignia. Otros enojos, eran más recientes y frescos todavía: El “corralito” con los bancos apoderándose de los depósitos, decreto del ministro Domingo Cavallo mediante.
Cientos de miles de personas ocuparon las calles de la ciudad de Buenos Aires, el GBA y el resto del país. Venían sobre una estela de luchas que arrancaba en la Marcha Federal, y tuvo los hitos de las luchas “piqueteras” de Cutral Co, Tartagal, General San Martín, Ledesma, La Matanza y un largo etcétera.


¡Qué se vayan todos¡ fue la consigna que se impuso por esos días. Muchos de los que la entonaban pensaban sobre todo en la mal llamada “clase política”, otros extendían su mandato de expulsión a bancos, organismos internacionales, empresas de servicios públicos abusadoras, empresarios que despedían trabajadores en serie y sólo estaban dispuestos a emplear asalariados mediante “contratos basura”. En todo caso, unos y otros se mantuvieron firmes en el espacio público hasta asistir al inmortal momento de la huída en helicóptero del flamante ex presidente. La disputa por la interpretación y la memoria sobre la rebelión popular comenzó al día siguiente. Un “mandato” desde los sectores del poder era minimizar el contenido y significado de la rebelión, presentarla como una especie de “golpe de estado” dado por el peronismo bonaerense, con Duhalde a la cabeza. Se la mostraba exenta de todo rasgo de conciencia política, era apenas un “despertar violento” sin rumbo ni objetivos. Ocurre que el gran capital y los políticos a su servicio querían borrar la idea del pueblo triunfante en la calle, de la maquinaria estatal impotente por un momento para “volver las cosas a su cauce”. Quería encontrar el camino de vuelta para una dominación política con un mínimo de estabilidad. Vendría tiempo después el presidente Néstor Kirchner, con una lectura inteligente de diciembre de 2001, tendiente a incorporar alguna de sus reivindicaciones más fuertes en un programa de recomposición de la dominación política, que iba a resultar exitoso, con la inestimable ayuda de un período de bonanza económica. Desde el lado de las organizaciones populares se necesita un crítico pero decidido respaldo de aquellos sucesos. El dolor de los muertos no puede llevarnos a la lectura, inducida desde muchas direcciones, de que sólo fueron un “episodio luctuoso”, “al que no hay que volver jamás”. Aquellos días de diciembre fueron el epicentro de un desborde de participación y movilización, un verdadero “laboratorio social”, expresado en asambleas populares, empresas recuperadas, organizaciones de trabajadores desocupados con un crecimiento exponencial. Y un nivel de cuestionamiento masivo y activo, todo lo difuso e incompleto que se quiera, hacia el orden político existente, e incluso a rasgos centrales del orden social y económico. Un orden bipartidista mal remozado, que sólo supo apostar, contra toda lógica, a la “eternidad” de una ley de convertibilidad que reprimía la inflación a costa del deterioro generalizado de toda la sociedad, saltó en pedazos, y no por el propio peso de su inoperancia e infamia, sino con el impulso pertinaz y valeroso de millones de argentinos.

Por eso vale mil veces la recordación y el homenaje de la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre de 2001. Como ejemplo del potencial de las clases populares en lucha, como desafío de profundización de los repudios y concreción de las propuestas. Como rescate activo y creativo de la mejor tradición de las luchas populares del pasado reciente. ¡Que se vayan todos y no quede ni uno solo¡ ¡Que venga lo que nunca ha sido¡

Corriente Política de Izquierda, 20/12/2016.

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