1. En ciertas discusiones de hoy se presenta el interrogante ¿“macrismo y kirchnerismo son más o menos lo mismo?” a veces con respuesta afirmativa, con el gobierno de Macri como continuidad o culminación de las políticas de los presidentes K. Es necesario diferenciar. Más allá de valoraciones éticas y de intenciones, el gobierno de Macri produce un viraje en sentido regresivo de algunas políticas del kirchnerismo. Eso no pone en tela de juicio el carácter burgués y capitalista de ambos ciclos, pero a partir de ese sustrato común, existen diferencias, por ejemplo:
- La vigencia y aumento de las retenciones al agro se hizo bandera en 2008, entre las primeras medidas del macrismo estuvo su baja o supresión.
- Los servicios públicos que no aumentaron, o lo hicieron en proporciones muy inferiores a la inflación en 12 años, sus precios fueron incrementados en cuánto asumió el nuevo gobierno.
- Los gobiernos K en líneas generales no despidieron empleados públicos, la presidencia Macri se inició con gran cantidad de cesantías en los organismos estatales más variados.
- Después de una década de continuidad de los convenios colectivos, éstos son puestos en tela de juicio, incluso su propia existencia, desde sectores afines al gobierno actual.
- Entre 2003 y 2015, con insuficiencias e inconsecuencias, se desarrollaron políticas de ampliación de la integración regional, de alianzas con gobiernos transformadores como el de Venezuela y Bolivia, y de relativa autonomía respecto a los dictados de EE.UU, como se mostró en el exitoso rechazo al ALCA. Desde su asunción, el gobierno del presidente Macri adoptó una política de “regreso al mundo”, que significa ampliar en todos sentidos los vínculos con las grandes potencias capitalistas y subalternizar o abandoner espacios como la Unasur o la Celac.
- La procedencia de los funcionarios es otro matiz importante: El núcleo del gran capital no fue una cantera de reclutamiento para los gobiernos K. Trabaron vínculos estrechos con grandes empresarios, pero no les entregaron áreas completas del aparato estatal, como el macrismo, que incluso ha hecho una práctica habitual la de nombrar a gerentes privados de grandes empresas de un rubro, en la organización pública a cargo del mismo tema, con el ministro de Energía Juan José Aranguren como el caso más llamativo, además de Miguel Braun en Comercio, Guillermo Dietrich en Transporte o los gerentes bancarios a cargo de las regulaciones financieras.
¿Entraña la admisión de estos matices gravitantes la reivindicación en bloque del kirchnerismo? Por supuesto que no. Pero sí cabe el reconocimiento del modo en que una parte de la sociedad argentina vivió el lapso 2003-2015, como una mejora de sus condiciones de vida y de trabajo, parcial y contradictoria pero mejora al fin, y como un ciclo de progresismo político, sobre todo en el campo de los derechos humanos, los vínculos internacionales y las relaciones de género.
¿Se atenúan las responsabilidades por múltiples casos de corrupción, que parecen encadenarse en una acción sistemática y no como hechos más o menos aislados? En absoluto. En sentido contrario, tampoco los fenómenos de corrupción hacen más comprensibles o tolerables las políticas antipopulares del gobierno, como se pretende incorporar al sentido común.
Hay también que señalar el hecho de que al gobierno actual le es más o menos sencillo arrasar las supuestas “grandes transformaciones” de “la década ganada” porque estas no fueron ni tan innovadoras ni de tanta envergadura como su discurso quiere hacer suponer. No estamos ante una “ofensiva imparable del gran capital que destruye una etapa de cambios trascendentales” sino frente a una avanzada a favor de los intereses de las grandes empresas que puede y debe detenerse mediante las luchas populares.
El kirchnerismo mantuvo a lo largo de todo su ciclo una política de “buen vecino” con parte sustancial del gran capital trasnacional y local. Fomentó a la megaminería y el agronegocio, toleró y hasta alentó las tropelías de los bancos, llevó a cabo una política de “pactos” con los supermercados y los productores de artículos de consumo masivo, mantuvo sin mayores cambios el regresivo sistema impositivo, etc.
En dos resonantes casos se apartó de esa regla. La batalla campal contra el grupo Clarín, desatada a partir de 2008, tuvo más componentes de reyerta política que de lucha consecuente contra exponentes del gran capital. Es cierto que alentó una transformación de potencialidad progresiva, luego no concretada, como la Ley de Medios, enmarcada en un cuestionamiento generalizado del poder de las megaempresas mediáticas. El choque con las patronales agropecuarias encarnó la brutal reacción de los propietarios rurales contra un intento de gravar sus ganancias, particularmente desmesuradas en ese lapso de altos precios de los productos agrícolas, y una dura respuesta del gobierno, más connotada por la voluntad de imponer sus decisiones que por una estrategia consecuente de afectar la renta agraria.
Una batalla hoy a la orden del día es lograr que una porción importante de los que apoyaron a los gobiernos K, potenciales adherentes de la izquierda, dejen de pensar en términos de “vamos a volver” y empiecen a hacerlo (y a actuar) en los de construcción de una iniciativa popular de masas con voluntad y decisión revolucionaria. El kirchnerismo fue refractario a cualquier ampliación de la organización popular autónoma y con iniciativa propia. El primer requisito para formar parte del “espacio” siempre fue delegar el poder de decisión último en la jefatura única e indiscutible, desde la formación de las listas de candidatos hasta el contenido de cualquier disposición gubernamental.
2. Un gran tema estratégico hoy es la valoración y construcción de la verdadera democracia y su contraposición con el régimen actual. Se necesita mucha más crítica y denuncia de un sistema en el que el pueblo no elige sino que opta entre distintos núcleos de millonarios, o de aspirantes a serlo a corto plazo mediante su acceso al poder. Hay que ir contra las numerosas “naturalizaciones”, de la “democracia” realmente existente: La aceptación de que las campañas políticas cuesten millones de dólares, que los grandes temas queden fuera de discusión, y no ya por omisión sino asumiéndolo como valor positivo. De acuerdo al discurso hegemónico toda cuestión importante debería ser “política de estado”, es decir puesta por fuera del debate político cotidiano y sacada del “mapa” de los cambios posibles. El propósito es que el sentido del voto cada vez influya menos sobre la orientación de estado y gobierno. Esto viene de lejos, pero últimamente ya no se lo oculta, sino que se lo asume y propagandiza como algo “saludable” para la política y la sociedad.
Como izquierda tenemos que asumir una voluntad “constituyente”, permanente y no transitoria, de ampliación radical de los derechos populares acompañada por una transformación profunda de las relaciones de poder. Lo hecho en Venezuela y Bolivia es ejemplo en ese terreno, convirtiendo por la vía constitucional a un cambio de gobierno en el advenimiento de un nuevo poder político. La democracia representativa debe ser superada, sobre la base irrenunciable de las libertades públicas y los derechos humanos, en avance hacia los mecanismos de asamblea, la revocatoria de todos los cargos, las modalidades de poder popular y democracia directa, la expansión y generalización, la gestión de abajo hacia arriba y los poderes locales y comunales.
3. Existe una contradicción patente: El capitalismo provoca los mayores destrozos al mismo tiempo que se lo proclama intangible, insusceptible de ser reemplazado por otro sistema. Hoy los partidarios de la alianza Cambiemos y quienes reivindican al gobierno anterior, escenifican un debate sobre si más o menos presencia del estado, más o menos protección a la producción nacional. Así se genera una discusión acotada, en la que la propiedad de los medios de producción no entra ni remotamente en la “agenda”. Es central insistir en el planteo de un debate real al respecto, en el que cuestionemos el destino del capitalismo y esbocemos una salida socialista, que se distinga claramente de la mera “estatización”, y se destaque como inescindible de una construcción democrática de “abajo hacia arriba”, superadora tanto de la concepción “plebiscitaria” de la tradición “nacional popular”, como del liberalismo que se agota en la supuesta “voluntad ciudadana libremente expresada en las urnas.”
4. Los trabajadores tienen un lugar central e insoslayable en toda perspectiva de transformación profunda. Desde esa reafirmación se necesita una visión de las clases subalternas que supere el paradigma “fordista”. Hay que destacar el lugar que mantienen los obreros de las grandes empresas, con grandes potencialidades en términos sociales y políticos. El pensamiento empresarial proclama hace muchas décadas “el fin de la clase obrera industrial”. Es una perspectiva interesada y que contiene más de una falacia. Junto a ellos, los trabajadores precarios, de pequeños talleres, de las unidades de economía popular, de las empresas autogestionadas, el “cuentapropismo”, la venta ambulante y la artesanía… la totalidad de la clase requiere ser abarcada, en todos sus segmentos y relaciones.
Una reivindicación integral de la gravitación social y la potencialidad transformadora del movimiento obrero, construida a partir de un actualizado “retrato” del mismo, constituye un punto de partida para desarrollar su fuerza en la lucha contra el capitalismo. Llevamos dos décadas de prédica de que el problema es alcanzar la “inclusión” (el kirchnerismo lo utilizó hasta el cansancio) y la explotación no se discute. Un movimiento obrero en lucha activa contra el sometimiento económico y la alienación, que impugne el conjunto del sistema basado en las mismas, es un objetivo central.
5. La pregunta “¿Qué socialismo queremos?” requiere una respuesta que se base en una visión no alienante del trabajo y un vínculo no destructivo y contaminante con los bienes comunes. Hay que apartarse de esa concepción del socialismo que construyó su “epopeya” a partir de las plantas de producción enormes, las grandes obras energéticas, el trabajo de ritmo acelerado y jornadas agotadoras, la “conquista de la naturaleza” como forma de impulso a un “desarrollo de las fuerzas productivas” convertido en objetivo supremo. Planteemos el debate sobre un socialismo respetuoso de los bienes comunes, compatible con las pequeñas escalas y los ritmos lentos, con relaciones de trabajo bien diferentes de las basadas en la superexplotación y la automatización alienada, con base en la autogestión de la producción de los bienes y del hábitat, con decisiones tomadas por los colectivos, sin el dominio de una burocracia que sustituya la autoorganización de los trabajadores y trabajadoras. Que tenga su correlato en el plano del consumo, al ir contra el modelo basado en el culto a la “distinción”, al “tener lo último”, a la dictadura de las grandes marcas y a la utilización indiscriminada de los “recursos” al servicio de las necesidades humanas, reales o inventadas por las maquinarias publicitarias. Se necesita politizar más esa discusión. Más allá de modas superficiales, la crítica en torno a la elaboración de los alimentos, a la explotación de los animales, al desperdicio de magnitudes planetarias, tiene un fondo político susceptible de ser desarrollado en dirección a la crítica radical de la organización capitalista.
6. Resulta hoy prioritario un enfoque revolucionario de la problemática de género, la “crítica práctica” a las relaciones familiares y afectivas de la matriz tradicional, machista y cosificadora. El advenimiento del stalinismo fue acompañado de un brutal retroceso en todo lo avanzado desde la revolución de octubre en el plano del comportamiento sexual y familiar. Cabe hoy recuperar la tradición de Octubre, junto con la ruptura profunda y radical con las concepciones burguesas en ese campo. “Lo privado es político”: Ir a la lucha por la despenalización y legalización del aborto, al combate contra la violencia sobre las mujeres y el femicidio, la condena a todas las formas de persecución de travestis y prostitutas, no con los argumentos “bienpensantes” más o menos impuestos, sino mediante el cuestionamiento radical al orden familiar y la relación entre géneros existente y predicada por el sistema, y a la matriz material, política y cultural del patriarcado.
7. Cabe un señalamiento inicial sobre nuestra identidad. ¿Por qué “corriente” y no partido? ¿Por qué “de izquierda” y no “socialista” o “de los trabajadores”? Dos respuestas posibles: El nombre partido debe coronar la construcción de una organización política de masas, no preceder las tareas que la tienen como objetivo. Estamos en un camino de inicio, que puede ser compatible con la futura integración a un partido, la fusión con otras agrupaciones, la convergencia de coyuntura susceptible de convertirse en unidad de largo alcance. “Corriente” tiene además cierta resonancia que remite a contornos no estrechamente definidos, de estructuras exentas de rigidez y sin jerarquías estrictas. Habrá que cultivar esas cualidades y desarrollarlas.
“Izquierda” apunta a la voluntad de aportar al fortalecimiento y articulación del espacio de la izquierda como tal, incluso más allá de la definición explícita como “socialista”, y reconociendo las “riquezas” de diferentes tradiciones. En nuestro país se nos propone un sistema político en el que se alternen y corrijan los respectivos “excesos”, del “populismo” y el “republicanismo”. La izquierda es aceptada casi con complacencia, en tanto se la pueda remitir al rol de una pequeña minoría, de la que pueden tomarse en cuenta alguna de sus críticas y propuestas puntuales, para mejor y más rápido arrojar al cesto su visión general del mundo, por anacrónica e irrealizable, y si cuadra, peligrosa para el “orden social”. Hay que romper con eso, nuestro país necesita a una izquierda con voluntad de construcción y disputa de poder, como requisito previo para pensar en términos de una revolución realizable, y una sociedad de hombre y mujeres real y no formalmente libres e iguales, que oriente los deseos y las luchas.
8. Es urgente producir respuestas de izquierda sobre ciertos temas importantes y percibidos como tales por la mayoría de la sociedad, que suelen formar parte de la agenda de la derecha: La seguridad, toda la problemática de drogas y adicciones, la pretensión de control y disminución de las manifestaciones públicas. Hoy tenemos condiciones algo mejores que antes para estos debates: La “mano dura” está en el gobierno y no disminuyen los índices de criminalidad, hay episodios tremendos vinculados al narcotráfico. Los cortes de calles y rutas y las manifestaciones siguen su curso y aumentan, como muestra de que responden a protestas sociales que no pueden acallarse con “protocolos” ni “manuales de procedimientos” dictados desde una oficina ministerial o policial. Es el momento de hacer avanzar los enfoques alternativos, de matizar la creencia en la “bondad” del castigo y hasta de la venganza. Retomar desde allí la crítica integral a los enfoques “prohibicionistas”, a la valoración de la propiedad por sobre la vida, el carácter clasista del sistema penal y las cárceles, a la moral hipócrita que acepta el alcohol pero condena a la marihuana, y destacar la íntima vinculación de todo estos problemas con la estructura desigual e injusta de nuestra sociedad.
Los mecanismos de control social necesitan ser cuestionados con fundamentos racionales y también con sentimientos libertarios, las nuevas generaciones tienen enorme potencialidad en estos campos. Se exige la reivindicación de la protesta como derecho fundamental, prioritario aún cuando entre en conflicto con otros derechos y libertades. El movimiento popular se construye en la calle, “incomodando” la rutina cotidiana y el conformismo, haciendo visible injusticias y conflictos, que de otra manera el sistema oculta.
9. Necesitamos una revalorización de la capacidad de pensamiento, organización y lucha de nuestro pueblo. Desde vertientes diferentes y hasta opuestas entre sí, se tiende a presentar a las clases subalternas (o a la “clase media”, para el populismo clasemediero a su pesar) como una masa de maniobra carente de discernimiento e incapaz de autonomía. Desde “las chicas pobres que se embarazan para cobrar la AUH” de un lado, hasta “la clase media que repite como marioneta lo que los medios le dicen que hay que pensar” del otro, son estereotipos, opuestos en apariencia, pero de fondo similar. Muestran el pensamiento profundo de los que sólo gustan del “pueblo” cuando los aplaude o, en todo caso, se calla, y en realidad lo desprecian. También habría que matizar la creencia que vincula al peronismo como portador único e invariable de una relación de comprensión y amor con el conjunto de los pobres y desheredados. Ese no es un rasgo esencial definido de una vez y para siempre, sino el resultado de una práctica cotidiana, un compromiso a revalidar ante cada problema concreto.
10. A ocho meses de gobierno, la protesta contra las medidas antipopulares y el descenso del nivel de vida que acarrean crece, se hace masiva y se diversifica. La multiplicidad y variedad de organizaciones populares que toman parte es más que alentadora, la capacidad de organizarse y movilizarse llega a muchas partes. Hace poco, en una semana vertiginosa, las agrupaciones de trabajadores “informales” y territoriales, los sindicatos y agrupaciones de orientación clasista, los gremios de empleados estatales; todos tuvieron su propia marcha multitudinaria. No hay que impacientarse pidiendo “unidad” inmediata, sino ampliar la apuesta a una sociedad con una vocación de organización, movilización y protesta que no ha tenido que esperar años para ganar las calles en defensa de sus condiciones de vida y sus derechos. Ahora qué ¿paro general? ¿marcha federal?. En lo posible, el uno y la otra, y todas las demás medidas que permitan dar con más posibilidades de éxito las batallas decisivas que se avecinan.
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